martes, 10 de noviembre de 2009

GRATIS/NABO

Salió de casa con la emoción de un nuevo día. Al fin no tenía que trabajar aquella mañana. Su bolsa reutilizable estaba pinzada bajo su brazo, el cual se apretaba al cuerpo con nerviosismo, con la alegría de vivir. Era un nuevo día y el sol ya estaba alto. Le gustó tanto ser española en ese momento y recordar una canción de Los planetas que hablaba del sol. Alzó su nariz y respiró el frío. Aquella mañana no hacía ese frío pesado que te obliga a llevar abrigo, sino que era ligero, suave, justo el necesario para no quedarse a vivir en el portal de casa.

Se puso de puntillas y comenzó a caminar. Había decidido comprar esos pequeños nabos que había descubierto a su llegada a Francia, que le parecían tan cool para servir de aperitivo, casi tan cool como la bolsa reutilizable, porque ser ecológica mola, en su justa medida, hasta que dejas de lavarte y comienzas a usar prendas que se parecen a las bolsas de patatas.

Calle abajo, descubrió puestos callejeros, en los que su preciado tesoro se arrellanaba en pequeños racimos, sujetos sólo por una leve cuerda. Los cogió y comenzó a andar hacia la caja registradora. Pero descubrió una lechuga que combinada perfectamente con su intención de ser sana. El vendedor, que ya la conocía, después de semanas de sonrisas y pocas palabras, le regaló una bolsa de patatas fritas, las cuales no rimaban muy bien con el resto de la compra, pero que, al fin y al cabo, eran gratis; y, ya se sabe, lo gratis es un triunfo ante el mundo, ante el día, ante el monedero.

Se paró a tomar un café, a ver la gente pasar, pensando en qué más podía deparar esa mañana. Y entonces se entristeció porque, tras la comida, casi todo se volvería negro, y sus fantasmas volverían. Se había olvidado que su vida giraba irremediablemente, siempre por los mismos ejes.