miércoles, 8 de septiembre de 2010

LORETO O LA PERCEPCIÓN DE LAS COSAS

Mientras todas hablaban con la exaltación propia que dan los cotilleos, Loreto comenzó a abstraerse. Sentada en aquel enorme matecero que hacía las veces de banco en la puerta de la vinoteca, empezó a doblar las piernas en posición fetal e imposible, mientras se llevaba la copa de vino a los labios. Ya era la segunda, con lo cual la felicidad y la melancolía se mezclaban.

Sin embargo no era eso lo que sacó a Loreto de su actitud amigable y social. Al fondo de su mirada, vio entrar en un portal al chico del que todos hablaban. Sus amigas le miraron, saludaron, y se dirigieron entre ellas una significativa mirada, pero Loreto asistió a todo el proceso: sacó la llave nervioso, abrió la puerta con fingida naturalidad y no se molestó en cerrarla tras él, la dejó caer.

El sonido de la puerta al cerrarse activó en el cerebro de Loreto movimientos rápidamente lentos. ¿Y si en realidad ese chico no estuviera medio loco? ¿Y si su problema no fuera una familia desestructurada, un padre irresponsable, un abuso compulsivo de las drogas?Creyó por un momento que su problema era la hipersensibilidad, la percepción excesiva de las cosas, los acontecimientos, la vida en su transcurso natural, con sus cosas buenas y malas, pero que, en su mente, resultaban difíciles de digerir y le llevaban a tener comportamíentos violentos, iracundos, irracionales. Sintió pena por él, pero no la pena rodeada de asco que sentían los demás, sino una infinita, multiplicada por el vino, y casi agradecida. Si el problema de ese chico era su hipersensibilidad, el mundo era un lugar mejor. Sonrió. Gracias a ese razonamiento, los pecados de Loreto también quedaban disculpados, también eran causa de hipersensibilidad. Sus lágrimas de los jueves eran en realidad su desahogo ante el dolor de vivir.

Intentó volver a la realidad de sus amigas, pero no pudo. El vino le daba dolor de cabeza.

1 comentario:

  1. “Juan estaba triste y fue a casa de su madre a cenar”. Son palabras que describen objetiva, sucintamente, un hecho. Si embargo podría ser así: “El mundo comenzó a pesar sobre la cabeza de Juan con un poder asfixiante. El contenido de sus horas, de sus días pasados, ese sentido que da la vida a los actos propios y las percepciones más personales había ido desvaneciéndose hasta desaparecer por completo. No se trataba de vacío, ni de tedio, ni siquiera de desencanto, era una dimensión nueva para él, una especie de aleación de amargura, sordidez, ridículo y absurdo. Ni siquiera cabían la crítica o la ira. Juan no quería estar allí ni en ninguna otra parte, no quería estar en sí, no tenía interés alguno en ser y, además, aborrecía la sombra de cualquier idea que le impulsara a hacer algo al respecto. Se limitó a mirar por la ventana un tiempo. Con la mente en blanco. Más tarde decidió ir a casa de su madre a cenar, al menos allí, tal vez durante unas horas, no sentiría esa desazón por no encontrar asideros en las paredes de su existencia.”

    Las palabras pueden transmitirnos una cierta información y no tener más objeto que ese. Sin embargo, cuando se trata de algo más que de hechos o realidades concretas, cuando nos adentramos en el mundo de las sensaciones, creo que las palabras son meros faros, pequeñas luminarias de las que alguien se sirve para intentar acercar la idea de una sensación.

    Creo que con la mirada pasa algo parecido. Hay diversas formas de mirar (entender). Y a mí me aburren las miradas que lo explican todo, las que conducen irremediablemente a los juicios y las opiniones. Prefiero aquellas que abren preguntas que en muchos casos resulta imposible contestar. O aquellas que conducen a una comprensión abstracta e inexplicable. Lo acabas de describir de maravilla.

    Y si se trata de un buen vino, pues mejor que mejor.

    :)

    R.

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