miércoles, 30 de diciembre de 2009

POEMA SIMBOLISTA (O HECHO DE RECUERDOS)

No hay ningún gato
Como yo. Ningún gato
De vestidos rojos,
Con cinturones enmarcando su cintura.
Ninguna gatina
Que se mueva a ritmo de pop.


Los gatos que conozco
No recogen a nadie
En la calle
Drogado a miolastán.

Los gatos normales
No van más allá de su tejado.
Y no maúllan como yo
Las canciones de los planetas.

Hay gatos que hacen mejores poemas.
Pero, entiéndeme,
Aún estoy afectada por el shock.

Pero no te preocupes, soy una gata aventurera
Que ante las sorporesas – (des)agradables, esperadas, inciertas, evidentes-
Entra en la catedral de Reims a meditar
Ya no a esperarte.

martes, 10 de noviembre de 2009

GRATIS/NABO

Salió de casa con la emoción de un nuevo día. Al fin no tenía que trabajar aquella mañana. Su bolsa reutilizable estaba pinzada bajo su brazo, el cual se apretaba al cuerpo con nerviosismo, con la alegría de vivir. Era un nuevo día y el sol ya estaba alto. Le gustó tanto ser española en ese momento y recordar una canción de Los planetas que hablaba del sol. Alzó su nariz y respiró el frío. Aquella mañana no hacía ese frío pesado que te obliga a llevar abrigo, sino que era ligero, suave, justo el necesario para no quedarse a vivir en el portal de casa.

Se puso de puntillas y comenzó a caminar. Había decidido comprar esos pequeños nabos que había descubierto a su llegada a Francia, que le parecían tan cool para servir de aperitivo, casi tan cool como la bolsa reutilizable, porque ser ecológica mola, en su justa medida, hasta que dejas de lavarte y comienzas a usar prendas que se parecen a las bolsas de patatas.

Calle abajo, descubrió puestos callejeros, en los que su preciado tesoro se arrellanaba en pequeños racimos, sujetos sólo por una leve cuerda. Los cogió y comenzó a andar hacia la caja registradora. Pero descubrió una lechuga que combinada perfectamente con su intención de ser sana. El vendedor, que ya la conocía, después de semanas de sonrisas y pocas palabras, le regaló una bolsa de patatas fritas, las cuales no rimaban muy bien con el resto de la compra, pero que, al fin y al cabo, eran gratis; y, ya se sabe, lo gratis es un triunfo ante el mundo, ante el día, ante el monedero.

Se paró a tomar un café, a ver la gente pasar, pensando en qué más podía deparar esa mañana. Y entonces se entristeció porque, tras la comida, casi todo se volvería negro, y sus fantasmas volverían. Se había olvidado que su vida giraba irremediablemente, siempre por los mismos ejes.

sábado, 31 de octubre de 2009

MARC CHAGALL

Todos huimos de lo mismo: el miedo, la miseria, el ostracismo, la inseguridad, la incertidumbre, la ignorancia excesiva, la muerte, el hambre, la cara de un oficial nazi escrutando nuestra condición inferior de judíos errantes en contra de nuestra voluntad.




Lo maravilloso es que alguien, a pesar de todo, siga pintando cuadros bonitos, llenos de colores y recuerdos infantiles, como si fuera un garabato hecho en una servilleta. Lo increíble es que alguien consagrado al arte elija Reims para vivir con su mujer, su tesoro, su catedral.

Lo justo es que le encargaran el diseño de las vidrieras de la catedral.

Bienvenido, Marc Chagall, a mi universo de imágenes admiradas y recurrentes. Aquí te podrás encontrar con gente interesante.

viernes, 30 de octubre de 2009

PARIS ME MATA

Sí, Paris es bonito.

Paris es lujo.

Paris es joyas.

Paris es arte.

Paris es amor.

Paris es Sena.

Paris es violines.

Paris es hojas otoñales.

Paris es melting point.

Paris es Cartier.

Paris es graffitti.

Paris es sobre todo Louis Vuitton y Chanel.

Paris es un mal sueño que comienza en la Gare de l´est con la única alemana desorganizada que no sabe leer mapas, pero que ha conseguido alojamiento gratuito dentro de una casa donde viven una negra, un belga, una china vietnamita y una que, aunque lo niegue es más gitana que Lola Flores. Melting point. Genial, que hago yo con esta gente a la que ni siquiera entiendo. A ver si comprenden que hablar claro es no utilizar palabras del (esc)argot. EL belga y la negra también son ercargots, verdaderas babosas humanas que adoran ver la tele en la habiatción en la que duermo con la alemana, la no-gitana y la china vietnamita, la cual tiene una car de mala leche que no me deja conciliar el sueño.

Arc du triomphe. ¿Lo más destacado? las palabras de ánimo del general De Gaulle, las cuales también deben valorar sobremanera los franceses porque en cuanto murió le pusieron su nombre a todo, no se nos vaya a olvidar quién ganó la guerra. A mí plin, en ese sarao no estuvimos metidos los españoles. Hubiera sido más bonito que le pusieran el nombre estando vivo el coronel.

Campos elíseos. Hambre.

Torre Eiffel (¿he de remarcar que el trayecto fue a pie?) atajando (jajajajajaja) por el petit palais y el grand palais y un puesto de crêpes con una señora sudamericana que cantaba canciones de desamor a grito (en español).

Torre Eiffel. Pues sí. Impresionante. Sin toda esa gente, claro. Pero sí, impresionante. No puedo decir otra cosa. Te sientas a tomar un café y parece que va a avanzar y te va a comer.

Segundo día. Día en el que decides que quieres vivir en Montmartre, es decir, en un pueblo dentro de la ciudad. Paras a tomar un café en el bar de Amélie y comentas a tu alemana (parece que todos tenemos asignada una): c´est vraiment mignone!

En el Sacré coeur escuchas a una andaluza decir: lo más maravilloso es la mezcla de culturas. Te dan ganas de dewcirle: No, señora, lo más seguro es que seamos todos españoles (menos tu alemana, claro), pero que aún no los haya oído hablar.

Al anochecer te metes en el metro y vives el momento más reseñable del viaje (después de esa reflexión relámpago sobre el dinero que acabas de gastar): un moro, pero moro moro moraco te mete mano, y mientras tú gritas cosas inconexas en español y ríes ante lo surrealista de la situación, tu alemana grita: vous êtes très méchant!!!y un negro, pero negro negro negraco, con un sombrero de copa, una guitarra, un acordeón y lentejuelas en las perneras te abraza para que te tranquilices.El moro acabó fuera del vagón.

¿Tengo que decir que el viaje fue bueno?Sí, porque lo fue, porque deseas volver, porque te acuerdas de lo que tu madre te contaba cuando fue y piensas que es verdad, que quieres vivir ahí.

Pues eso, el viaje fue buno, pero no engaño: me metieron mano, tuve que dormir con cuatro personas, gaste más de 100 euros en tres días y al final todo el mundo habla español.

sábado, 17 de octubre de 2009

EL MORIR

Existen actos tan simples y cotidianos que cuando nos paramos a pensar dan auténtico miedo. De hecho, todo da miedo. El ser humano evita esos sentimientos para poder sobrevivir. Es lógico. Los pensamientos malos matan por dentro. Pero también iluminan nuestra conciencia. Y, finalemente, ¿qué preferimos? ¿Ser tontos felices o intelectuales amargados? Laura se dejó llevar por su amor a la estética y se imaginó como una Susan Sontag no lesbiana, o solo a ratos, y le gustó más la segunda opción. En su cerebro surgían, más rápidos que su manos, algunos de los pensamientos más horribles jamás ideados. Ahí va uno de ellos:

"¿Por qué he de dar clase a niños? ¿Por qué tengo que aprender cosas? ¿Por qué? si me voy a morir. Todos los conocimientos, todos los esfuerzos, tirados al ataúd. Y lo que es peor. Todos esos niños, que llegarán a ser adultos, puede que incluso con mis conocimientos en su mente, también se morirán. Esa niña tan guapa, tan inteligente, Laura, como yo, pero ellos la llaman "Lora", que tienes de alumna en el colegio, también se desintegrará sobre una cama de tercipelo y tejo. Sus ojos se hundirán marcando el lugar donde algún día estuvo el cerebro repleto de vocabulario en español, de ecuaciones, gramática y fechas históricas. Y entonces, ni siquiera importarán los mimos de su madre cada mañana, que le preparaba la ropa y el desayuno con cariño, confiando en la inteligencia de su niña..."

Eso pensaba Laura mientras se cortaba las uñas, ese apéndice estúpido que tenemos tras años de evolución sin escarbar en la tierra ni matar con nuestras propias manos.

"Prefiero matarme a mí misma a través de los pensamientos"

Y sonrió.

martes, 13 de octubre de 2009

GRUMO

Como parte de una sustancia que se coagula, me considero un grumo. Soy un obstáculo en las aceras, en la existencia de algunas personas, en el metro, en la mente de los demás. Soy un montón de partículas que se amontonan con una forma más o menos perfecta, con voluntad para moverse y poca claridad para pensar.

Me considero un montoncito dentro de otro montoncito. Mi sangre está llena de grumos. Mis pensamientos corren parejos a esas mierdas solidificadas, se componen de lo mismo y me asombra la velocidad a la que se mueven, mientras el exterior de mi cuerpo descansa acompasado a la respiración, que parece adelantar mi muerte. Hay grumos en el humo que expulsa mi boca, pero no en el que ya pertenece a la habitación.

Mi amiga Isa formó un grumo involuntario en su mano, al golpearse contra la puerta. Toda la fuerza concentrada en la destrucción de una falange. Y sin embargo el bulto muestra que está viva, que sus fluidos vitales pujan por salir, cambiando su itinerario normal.

Mi existencia es un grumo. Me ocupo de nada, respiro el aire que se merecen los demás. Obstaculizo. No valgo nada. Y sin embargo, al considerarme un grumo, me veo más real, mejor ser de lo que soy. Pertenezco a la vida. Y no está tan mal. Sólo un poco difícil. Y a veces aburrida.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Delibes, Miguel, El camino, Destino, Barcelona, 1983, pp. 223-224

"-Adiós Uca-uca- dijo el Mochuelo. Y su voz tenía unos trémolos inusitados.

-Mochuelo, ¿te acordarás de mí?

Daniel apoyó los codos en el alféizar y se sujetó la cabeza con las manos. Le daba mucha vergüenza decir aquello, pero ésta era su última oportunidad.

-Uca-uca...-dijo, al fin-. No dejes a la Guindilla que te quite las pecas, ¿me oyes? !No quiero que te las quite!

Y se retiró de la ventana violentamente, porque sabía que iba a llorar y no quería que la Uca-uca le viese. Y cuando empezó vestirse le invadió una sensación muy vívida y clara de que tomaba un camino distinto al que el Señor le había marcado. Y lloró, al fin"

Gracias, don Miguel, por escribir esta novela.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

LIBRO DE FAMILIA

Acarició el libro. Volvió a posar sobre él su mano, derrotada. Aurelio González suspiró las penas que llevaba encima y apoyó los codos sobre la mesa, para que fuera más fácil sujetarse la cara con las manos. Había eliminado de su mente todas las expectativas de trabajar esa mañana, su profesionalidad no podía con aquello, así que se dejó llevar por unos recuerdos que pudieran explicarle el por qué de aquella resolución.

Por primera vez en todo el día decidió mirar frente a frente. “Libro de familia” rezaba la portada. Justo lo que ya no tenía. “Libro de familia”. Aún no tenía fuerzas para abrirlo, ni para ir al juzgado. Siguió tirado en su butacón, en posición de colegial a primera hora de la mañana. Pensó en lo fácil que era ser niño, deseaba volver a esa época límbica en la que se es feliz o no, pero en la que nada importa, solo las necesidades primarias. Sin embargo de su niñez solo recordaba la voz de su abuelo, atronadora: “Aurelio será militar”, mientras él, niño, jugaba, consciente sólo de haber oído su nombre. “Será militar”

La juventud también era aceptable, a pesar de que ya había alguna responsabilidad más. Comenzaban las juergas nocturnas y la exploración del mundo femenino. A pesar de tener más responsabilidades, si conseguías estudiar un poco y no te metías en demasiados problemas te dejaban libertad suficiente para hacer lo que te diera la gana. Recordaba los primeros guateques en casa de amigos, fumando porros, oyendo música satánica. Y las chicas, ese universo inexplotable, las chicas. Se consideraba lo suficientemente feo como para no atreverse a iniciar una carrera amorosa. Lo suficientemente tímido como para mantenerse quieto sin necesidad de que ese tema le atosigara. Y por detrás la voz de su abuelo, “será militar”, mientras él estudiaba para que le dejasen en paz.

Aurelio volvió a mirar al frente, a la estancia vacía que constituía su despacho. A las nueve llegaría su jefe, tal vez a las diez, o a las once, depende de lo que tuviera en la agenda. Su agenda era él, realmente. Pero hoy no le apetecía recordar cosas tangibles, físicas, reales.

“No es fácil ser edecán –pensó- no es nada fácil. Reuniones, protocolo, vuelos, asistentes a congresos, seguridad, relaciones entre las distintas fuerzas... no es nada fácil, a pesar de la imagen que el cargo puede dar. No es nada agradecido aparecer al lado de un jefe que luce orgulloso medallas al mérito militar mientras yo tengo que sujetar una agenda negra, fea, llena de papeles”. Sin embargo, de tanto estudiar, Aurelio ya se había acostumbrado a los papeles.

Papeles de inscripción, apuntes, folios, todo eso se le cayó a Bernarda el día que chocaron por la calle. Ella venía de sus clases de filosofía y letras, él iba de uniforme. Ya la conocía, había sido novia de un amigo de la pandilla, pero decidió dejarla en cuanto ella le propuso cierta fidelidad en la relación. No acostarse con nadie más... Eso era lo que Aurelio necesitaba de una mujer, que no se acostase con nadie más, así que decidió ir a verla un día para tomar un café.

Mientras Bernarda desgranaba lamentos sobre su ex-novio, Aurelio iba ganando confianza y perdiendo la entereza. No entendía cómo hasta ese momento había podido resistirse al mundo femenino. Todo le fascinaba: las uñas de Bernarda, perfectamente recortadas y con solo un poco de esmalte transparente, sus labios, sus medias... ¿dónde acabarían esas medias? Así que tras los lamentos y las consolaciones, Aurelio y Bernarda pasaron a ser novios formales, justo el día en que enterraron al abuelo de Aurelio. Ella admiraba la delicadeza y paciencia de él, él el hecho de que ella se hubiese presentado al funeral.

Ser edecán había sido una cosa admirable en otro tiempo. De hecho, su etimología es francesa, cosa que enorgullecía a Aurelio. La palabra proviene del francés aide-de-camp, ayudante de campo. Miró el libro con desdén y sintió ganas de escribirlo en la portada: “Libro de familia de un aide-de-camp”. Rechazó la idea por miedo a que el libreto –a cualquier cosa llaman libro, pensó, esto es solo un documento con grapas- se abriera por la última hoja escrita.

Al principio, se vestía escondiéndose del espejo para luego sorprenderlo, con la ropa ya puesta, ante él. Observaba su reflejo con seriedad, y se decía que el uniforme era lo que más le gustaba de su carrera militar, aquella que había estudiado con hastío, para que le dejaran en paz. Así salía a la calle, con la barbilla bien alta, gustando gustar a las mujeres, deseando encontrarse con Bernarda. Llegaba a su puesto de trabajo y comenzaba a trabajar. Cuando le designaron edecán, pensó en lo bonito del nombre, a pesar de que luego se hubiera devaluado tanto, hasta el punto de que ser un edecán era ser, para los demás, un simple ayudante. Para los que gustan de reírse de los demás, su puesto significaba algo peor: ser un pelotero, un lame-culos. “Sí, claro. Como que es tan sencillo llevar la agenda y los actos a un militar, a alguien como mi jefe, tan ocupado y a la vez un verdadero olvidadizo” Sin embargo era un hecho, no era más que un edecán, un ayudante. Se imaginó, como siempre que reflexionaba sobre ello, que tal vez en otra época su puesto fuera más trepidante, acompañando al coronel a los puntos clave de la batalla, dándole coordenadas, opinando con sentido, siendo confidente, cortando cabezas a los franceses en la guerra de independencia. No le gustaba ir más allá en el tiempo porque consideraba que los siglos anteriores al XIX carecían de higiene, y eso le daba cierta repulsión.

Pero lo que más le gustaba de ser edecán era la cara de su madre, y sobre todo, la de Bernarda, que henchía el pequeño busto al ver a su novio de militar. Tras cinco años de hacerse el serio delante de Bernarda para que ésta hinchara su pecho de orgullo, decidió casarse y después, tener hijos. No permitió a su mujer trabajar a pesar de que estaba muy orgulloso de que fuera licenciada en filosofía y letras, lo que hacía que en las reuniones sociales su esposa resaltara por su barniz cultural. Su casa estaba llena de libros y a veces iban al teatro. Pero a la vuelta de la librería o del teatro, Bernarda en casa.

“¿Qué trabajo podía ejercer mi mujer?” se preguntó la aciaga mañana “Tal vez de profesora, o de secretaria” No, no, su mujer de secretaria, nanay. No sabía lo que le hacía recelar de ese puesto pero de secretaria, no. Él no era celoso pero... no. Quién sabe qué le esperaba a Bernarda más allá de la casa y la librería, y el teatro. Y de los niños, Aurelio y Bernarda, como ellos. Al edecán del jefe militar le daba pereza pensar ahora en sus hijos, a pesar de que su futuro estaba en entredicho ahora que... en fin. “¿Por qué no trabajó nunca de secretaria Bernarda?” Tal vez era un puesto demasiado parecido al suyo. Miró hacia otro lado en su despacho.

Bernarda era...dulce, candorosa, tal vez algo exigente como madre, pero es que las tareas del hogar la tenían demasiado ocupada como para andarse con tonterías. Era inocente, de eso estaba seguro Aurelio. Sonrió.

Por todo eso fue tan dura la sorpresa de esta mañana. Al levantarse, se encontró a su mujer con Bernardita en brazos. El desayuno ya estaba puesto y los niños vestidos. Solo la madre parecía algo diferente. Aurelio se sentó y la miró al notar que ella seguía inmóvil. De repente oyó:

-Quiero el divorcio.
-¿Perdón?
-Quiero el divorcio, Aurelio.
- Pero,¿por qué?
-Porque sí.
-¿Pero tú estás segura, mujer? ¿Estás nerviosa por algo?
-No.

Ella se levantó y comenzó a mesar los cabellos rizados del pequeño Aurelio, mientras el padre intentaba reaccionar.

-Toma -le alargó el libro de familia, el mismo que ahora estrujaba entre sus manos- vas al juzgado y te enteras cómo hay que hacer para divorciarse de común acuerdo, y ver si aquí –señalo el documento como prueba irrefutable- hay que cambiar algo.

Acto seguido se giró, y con toda la energía que existía en la casa –se la había robado a Aurelio- comenzó a recoger la mesa.

El edecán, lame-culos y servicial, se levantó de su butaca, bordeó su bureau, y mirando el reloj recordó que su jefe no vendría hasta las once, así que decidió ir hasta el juzgado para que le explicaran cómo cambiar en su libro de familia el estado “casado” por el de “divorciado”.

sábado, 5 de septiembre de 2009

LAURA O EL LADO NEGATIVO DE LAS COSAS

Ella se volvía loca escuchando Chicks on Speed, Lo-Fi-Fnk, después de todo el día leyendo a Mihura, transcribiendo fonéticamente los carteles que veía por la calle, fregando el baño, comprando cosas en el supermercado, mandando mensajes y sientiéndose tan sola...

La narradora suspiró, Laura no va a cambiar nunca, aunque ella intentara contarlo de otra manera.

viernes, 14 de agosto de 2009

DEDICATORIA (APÓCRIFA A MI PESAR) ENCONTRADA EN UN EJEMPLAR DE CRÍMENES EJEMPLARES, DE MAX AUB

Querido,
regalarte este libro no es casual. Primero te lo recomendé yo, luego tú pensaste en regalármelo, aun cuando ya lo tenía. Existen pequeños milagros urdidos por el cosmos que me ayudan a seguir caminando, y este es una de ellos, especialmente valorable puesto que tiene relación con un tema tan apasionante como la muerte.

Todos tenemos miedo a la muerte, y sin embargo nos acercamos a estudiarla y admirarla de manera morbosa. Aquí existen casos inocentes, humorísticos, de la muerte y el asesinato, o crímen, su variante más interesante.

Existen muertes estúpidas, heróicas, inútiles, morbosas, y a pesar del VANITAS VANITATIS que promulgaba la danza de la muerte ya en el siglo XV, no todas son iguales, lo siento mucho, por lo menos desde el lado humano.




Por eso yo ya he elegido como quiero morir, como la bisabuela de aquella prima mía, que pasó a mejor vida (o a peor, o a ninguna) dormida, con el periódico sobre las piernas y, lo más importante, recién llegada de la peluquería. Eso sí es un detalle de buen gusto, de savoir faire. Y aunque una vez corroída por los parásitos eso poco importe (seguramente se aplastará la parte de atrás del cardado, como cuando duermes, aunque ahora que lo pienso, eso se puede solucionar: las geishas duermen con un talón de madera en la nuca para que su peinado se mantenga en el aire. No sé si será cómodo, pero a esas alturas poco importará), creo que el hecho de que hablen de uno importa, importa mucho. Bueno, qué te voy a decir, soy escritora y publico mis textos, quiero que lo mío perdure. Y si mi nombre puede recordarse durante el más tiempo posible, mejor. Lo malo que veo a esa muerte es que no sabes cuándo llegará, porque si lo supiera me haría un moño a lo María Callas. Pero si lo sabes, los nervios y la desesperación de la vida que se acaba me harían perder la compostura, con lo cual el moño poco importaría en una estampa mortuoria tan patética. Ya puede tu peinado ser de órdago a la grande, que nada puede evitar la vergüenza de los gritos y el aferrarse a la vida como un clavo ardiendo.
Bueno, calculo que mi dedicatoria ocupa ya casi tanto como la obra maravillosa de Aub, espero que la disfrutes, aunque no muy solemnemente, recuerda que en ningún relato la historia se cuenta desde el lado del muerto, no hay pacto tanático.

Tu amiga, que te quiere y que se morirá, al igual que tú,

Loreto

jueves, 2 de julio de 2009

LA CÁRCEL DE PAPEL

"La cárcel de papel" era una divertida sección de la revista La codorniz. En ella, elegían un personaje y tergiversaban su figura y sus palabras con humor para poder condenarle a un tiempo en la cárcel de papel. Había un claro atisbo de crítica en algunos casos. En otros, solo se percibía que los redactores eran unos gamberros.

Habla la narradora:

Yo también estoy encerrada en una cárcel de papel. Mi condena no es catastrófica, pues concuerda con la naturaleza de mi existencia, sin embargo, a veces me desespera que la autora de los textos que narro no vaya más deprisa en su aprendizaje, que no sepa escribir las cosas como yo quiero narrarlas. A veces le chivo, pero estoy tan ocupada dejando mi fina ironía en cada línea del texto, que normalmente voy arreglando lo escrito a mi manera y finalmente le chivo las respuestas, pues aunque ya haya llegado a la perfección final, todavía tiene mucho que aprender, y hay que ser consciente de ello.

Me deja participar en sus bromas, pero no me conoce aún lo suficiente. No se da cuenta que yo hago malabarismos para soportar cada una de sus oraciones subordinadas para que, en vez de parecer una mierda incoherente, suenen casi gongorinos.

Esta cárcel de papel me alivia de estar flotando en la nada, de ser parte de un talento no explotado, de limitarme a ofrecer ideas brillantes en momentos puntuales que no llegarán a plasmarse nunca. Y sé de lo que hablo, porque en un principio fue así, ella se negaba a escribir, asustada por los estereotipos. Pero afortunamdamente, esos prejuicios se dan solo en los jóvenes y en los tontos, y al final, los pequeños disgustos de la vida hacen que te des cuenta de la importancia del papel.

Esta cárcel de papel es a la vez un palacio donde estamos encerradas las dos, y de donde ella quiere escapar desesperadamente, por mucho que yo a veces intente disfrazarme para entretenerla, y aparezca de narrador omnisciente -una vez, en "El libro del edecán", me lucí y fingí ser un narrador galdosiano, pero metí un poco la pata porque se me escapa la ironía por los poros, y quedaba exagerado, ahora bien, la culpa no es mía, es que el protagonista era muy tonto-, otras veces soy narradora protagonista para darle más emoción al asunto, como en "La casa de los sonidos", e incluso una vez hice un esfuerzo y me convertí en el "yo poético". Da igual, hay momentos en que la autora no sabe lo que quiere. En fin, qué se puede esperar de una persona de 25.

Yo le daría más premios literarios, no porque se los merezca, al fin y al cabo soy persona implicada en el asunto de su creación literaria, no puedo ser objetiva, sino para levantarle el ánimo. Aunque una cosa está clara, si no se quiere ella, nadie la va a querer, así que puede ir aprendiendo a valorarse... que los demás no han venido a este mundo a adularla, todos tenemos ocupacion.

Mi última reflexión, desde la celda de mi cárcel, es mucho más banal, pero no deja de preocuparme: yo digo que mi cárcel es de papel, pero ahora que se van cambiando los formatos, noto las paredes de mi guarida mucho más difusas, cambiantes, y entonces me acuerdo de aquella obra de Buero Vallejo, La Fundación, y me pregunto si estaré loca, por la falta de libertad, o si realmente estará cambiando. Y si es así... ¿Cómo va a ser mi nuevo hogar? ¿De qué estarán conformadas sus paredes? ¿De bites? ¿O será un bonito tapizado de ceros y unos? Ahora, ¿estamos seguros de que lo escrito permanece? Hasta ahora ellos -los estúpidos escritores, que se creen dios, cuando los únicos dioses que verdaderamente movemos y reflexionamos a los personajes somos nosotros, los narradores- bueno, como decía: Hasta ahora ellos nunca habían escrito así, dando a botones con una letra inscrita en la parte de arriba.... Para quedarse grabado en mitad de la nada.

PELANAS



Bueno, éste es mi nuevo perrín, Pelanas. Lo cogimos de la perrera a los tres días de la inesperada muerte de Bolín, por que nos dimos cuenta que nuestra casa sin perro no es un hogar, es simplemente un piso amueblado.


Pelanas no sustituye a Bolín, sólo nos ayuda a sobreponernos de la pérdida, y lo mejor de todo es que no se parecen en nada: mientras Bolín era igual de serio que un notario afiliado al Real Madrid, Pelos, como lo llamamos cariñosamente, decide veinte veces al día mordernos las manos, pegarse él solito con las puertas y correr pasillo arriba sin razón aparente. Bolín era muy cariñoso y Pelanas vende muy caros los besos.Aún no tiene muy claro que a la calle se va hacer pis y no vida social, por lo que según llega a casa mea la alfombra. Si te ve después de mucho tiempo se lleva una alegría tremenda, pero es que si vas al baño y tardas tres minutos te recibe en el salón con exactamente el mismo alborozo. Tiene un osito azul al que muerde antes de irse a dormir y en momentos esporádicos, como la siesta.Le das en el morro cuando hace algo mal y ni siente ni padece. Ysi se mete a oscuras debajo de la cama luego ladra para que enciendas la luz, porque él solo no sabe salir.


Este es el único homenaje que puedo ofrecerte Pelos.

lunes, 29 de junio de 2009

MI ABUELO

Paseo por la calle, con el cuello encogido por el frío. Miro el cielo. Gris. Gris como mi infancia. Gris como la carpa de mi ciudad. Me mudé a Madrid fascinada por la posibilidad de un día azul en pleno invierno. Y desde entonces los días grises atacan más mi corazón, porque se suma una nostalgia hacia el pasado al que no quiero volver. Un dolor reflejo hace que recuerde los días felices de la infancia.

El día que llegué del colegio diciendo que mis profesores nos habían dicho que podíamos llevar a nuestros padres para que hablaran de su profesión noté un silencio escurridizo, que rompió mi abuelo:

-Iré yo, nena.
-¿Harías eso por mí, tatu?
-Claro, les hablaré de la mina.

El día de la presentación vi a través de la puerta cómo mi abuelo se arreglaba para ir conmigo a la escuela. Una punzada de dolor atacaba mi pecho por miedo a que algo saliera mal.

Todos los niños miraron a mi abuelo con curiosidad. ¡Era tan mayor!¿Es que acaso no tenían abuelo? Esa idea relajó la presión que me acompañaba.

Mi abuelo comenzó a hablar de cómo era la mina y de cómo vivía esa aventura un guaje de trece años, la misma edad que teníamos nosotros. Mis compañeros empezaron a abrir la boca, fascinados con aquellos recuerdos. Yo también la abría, asombrada con que ellos no hubieran crecido oyendo esas historias. Mi abuelo estaba consiguiendo lo que años después se intentaría en vano: convertir al minero en héroe, porque no tenía miedo ante lo que para él era un trabajo como otro cualquiera.

De repente, el viejecito se giró y cogió una tiza. Tenía un as en la manga. Comenzó a dibujar por toda la pizarra una galería de las que hay en la mina. Mi abuelo dibujaba muy bien y se estaba esmerando, mientras seguía hablando, describiendo cada detalle de su dibujo. En un último intento de ganarse al público, dibujó unos monigotes intencionadamente exagerados, y dijo:

-Y estos éramos nosotros.

Mientras mis compañeros reían entusiasmados, el dolor de mi pecho se disolvió hasta convertirse en un orgullo por mi abuelo que no conocía hasta ese momento.

Ahora, años después, sonrío por detrás de mi bufanda, y decido dejar de mirar el cielo, algo circunstancial, para mirar al frente, a mi futuro, a mis propios miedos.

domingo, 28 de junio de 2009

INEFABILIDAD

En un universo montado de manera casera en su habitación, Laura gravita suavemente. Está rodeada de bombillas, cortes en las manos, insectos, copas de vino a medio llenar, billetes de cinco euros, tijeras dispuestas a rasgarle, a violarle las venas de las muñecas. Observa anonadada cómo todo flota a su alrededor, y pide a cada segundo que esa sensación de sorpresa que la entretiene de su pesar dure eternamente.

La narradora, tan asombrada como ella, no da con la respuesta a esa falta de gravedad.

lunes, 8 de junio de 2009

NEBULOSA

Supongo que lo escribo aquí porque sé que no lo va a leer.

De todas maneras da igual, porque ya sabe que soy valiente, que me tiré a la piscina e hice cosas inimaginables. Aún así me queda mucho que aprender, tanto que contar.... cosas que sacar a la luz y broncas inevitables en mí.

No he cambiado: el sueño me sigue persiguiendo, odio ir a trabajar y sigo pesándome cada mañana.

Cosas buenas: una nebulosa rosa acosa mi odiosa existencia y soy mejor persona.

En fin, me ha quitado hasta el vicio de respirar, y de escribir.

jueves, 4 de junio de 2009

LA CASA DE LOS SONIDOS

Encontrar la casa fue un suplicio para David. Por alguna extraña razón no era capaz de recordar dónde vivía uno de sus mejores amigos, del que estaba convencido que se llevaría muy bien conmigo.

David no paró de hablar en todo el camino. Que si Miguel esto, que si Miguel lo otro. Luego pasó a preguntarme qué había hecho todos esos días, en los que no nos habíamos visto. Yo estaba recién levantada y no era capaz de articular tantas palabras como él. Ni la mitad, ni un cuarto.

Cuando al fin llegamos, a fuerza de callejear, yo miré la casa desde lejos, con la cabeza hacia atrás, buscando la mayor perspectiva posible. Lo había visto en otros casos, pero nunca me causó tanto impacto. La casa no era un chalé, era una auténtica mole, casi victoriana, que, obligada a resistir el paso del tiempo, había sido empotrada entre dos edificios altos, lo que le daba un aire sombrío, negado su derecho a ver la luz.

Pasamos la portilla en silencio. Yo pensaba en el habitante de aquella casa, completamente inadecuado. En esos edificios uno se espera que viva una ancianita apegada a su hogar de nacimiento, con unos sobrinos ávidos, locos por heredar, soñando ya con el valor del terreno, en pleno centro de la ciudad. Pero no con un chico de 25 años, solo, que se dedica a estudiar y a pinchar en bares los fines de semana.

Durante este proceso mental, David había llamado al timbre, había aporreado la puerta y me había admitido –yo apenas le escuché- que nunca había entrado en la casa, aunque sí había ido a buscar a Miguel por allí.

Le miré. Nada me parecía extraño ya. Suspiré. “¿Quién me mandaría a mí salir hoy de casa, con lo mal que me encuentro?” David empezó a aporrear la puerta, nervioso, preocupado por Miguel, y en un acto reflejo agarró el pomo. Lo giró y, para nuestra sorpresa, la puerta se abrió. David entró, decidido, y yo no me quedé atrás.

El ambiente cambió cuando habíamos dado cuatro pasos. La puerta estaba cerrada ya, y la casa se volvió sepia, parecida a una película antigua. Incluso existían esos pequeños cortes en negro de las primeras películas, con sus rollos cinematográficos ya gastados, comidos por el tiempo, los ratones, la humedad, las excesivas proyecciones. Todo sepia... Nos paramos. No lo miré, pero David ya no expresaba preocupación por su amigo. Yo ya no tenía sueño. Sólo asombro. Parados en mitad del recibidor, miramos alrededor. No podíamos creer lo que flotaba en ese ambiente. Miramos el salón, inamovible, con esa luz sepia llenándolo todo, las sombras más negras que había visto jamás.

Recuperado del impacto y preocupado de nuevo por su amigo, David comenzó a caminar por el pasillo, rápidamente, mirando a derecha e izquierda, pero sin pronunciar ningún sonido. Yo me asomé, todas las puertas estaban cerradas. Él se fue decidido a por una puerta, pero cuando se acercó al pomo, su movimiento se ralentizó. Abrimos, uno al lado del otro, la estancia. La luz seguía allí, con cortes, con tonos amarillentos, antiguos, inodora completamente, para mayor sorpresa. Una habitación vacía, con una pequeña mancha redonda en la pared de papel pintado. Fui yo quien me acerqué convencida de que el miedo no era más grande en mí que en él. Lo que yo identifiqué como una mancha era en realidad una rosca, parecida a las que tiene algunos instrumentos eléctricos. No me extrañó en absoluto. Tras meses saliendo con un pinchadiscos empedernido, había descubierto que son capaces de crear inventos descomunales para escuchar la música tal y como ellos quieren, así que me acerqué y la giré, poco a poco. Un leve sonido comenzó a silbar por la habitación, y David y yo pusimos toda nuestra expectación en descubrir cuál era la canción. Tras varios intentos fallidos, seguí girando la rosca, y descubrimos que no era un tema musical sino un ruido. Ambos afinamos nuestros oídos, hasta que David dijo: “Son aves” “¿Aves?” “Es el revoloteo de pájaros” Me entró un escalofrío, pero el tono sepia de esa casa ya no me amilanaba, así que salí de la habitación para seguir investigando.

El pasillo me impresionó más ahora, pero David me agarró de la mano para que continuara. En la siguiente habitación el panorama era parecido. Nos acercamos a la rosca y la giramos, más violentamente que la anterior, para identificar antes el sonido, pero respiramos aliviados al oír el rasgueo de la aguja contra el vinilo. “Esto sí es una canción” pensamos sin hablar. Yo esperaba oír de un momento a otro la voz de Elvis Preysler, no sé por qué, o la de Maria Callas. Sin embargo, la canción nunca empezaba. Solo se oía ese rasgar, rasgar, rasgar, rasgar...”Eterno rasgar” poetizó David. Pero su cara reflejaba miedo.

A partir de ahí nuestra exploración se volvió una locura. Ante la desesperación de lo que no entendíamos, comenzamos a abrir puertas, cogidos de la mano, escuchando sonidos, cada uno diferente: el llanto de un bebé, el chasquido de una mecedora, millones de cristales rompiéndose, dedos golpeando una mesa, conatos de silbido...a cada paso, la casa se hacía más grande, y el tramo de escalera que subimos nos parecía larguísimo.

Al llegar arriba sudábamos, ante la negativa a llorar. Entramos en otra estancia al azar y giramos la rosca. Una voz de hombre, hipermasculina, rezaba un salmo casi satánico, que repetía los mismos sonidos, como en un trabalenguas. La voz comenzaba a aflojarse a hacerse más aguda, y terminaba llorando, como una tortura. Miré a David. Su cara miraba al infinito, en un gesto de horror esclarecedor. “Es él” Me miró. “ Es él. ¿Qué le están haciendo? Es él, es él, es él, es él, es él, es él” Y se tiró al suelo, se hizo un ovillo y comenzó también a llorar.

Eché a correr. No paré hasta la puerta, hasta la verja, hasta la puerta de mi casa. Pero el rato que me llevó cruzar la casa el ambiente sepia se apoderó de mí, incluso con los ojos llenos de lágrimas. La película de la casa se cortaba, había cortes en mi visión y las sombras se movían según avanzaba, no fui capaz de emitir ningún sonido, porque ya había escuchado bastantes, y no quería mezclar mi voz con ellos, no quería que se confundieran. Al salir la luz de la calle no me atacó, como deseaba. Algo del color sepia seguía en mí, me sacudía por mitad de la calzada, observada por todos. “Da igual, da igual” pensaba ”quiero quitarme el sepia”. Mientras corría jadeaba y gemía, ya podía gritar.

No he vuelto a quedar con David. Sé que él también salió con vida porque a veces me lo cruzo por la calle, pero no le quiero mirar a la cara por si le queda algo de sepia. Sé que él tb baja los ojos.

lunes, 18 de mayo de 2009

CASSETTE

Sentado sobre la alfombra se dedicó a mirar cómo funcionaba el estéreo. Miraba la tapa ahumada del radiocassette para adivinar el movimiento de ambos agujeros, con sus pequeños engranajes, sobre los que se posaba la cinta mágica.

No sabía por qué había pasado la grabación a cassette. Su amigo le había enviado toda la sesión en mp3, y ni siquiera la escuchó. Hasta que un día decidió pincharla en su ordenador con la vieja radio de su madre enfrente. Activó el play del Windows media player y el rec del radio cassette a la vez, como antaño. Y se fue de la habitación.

Días después, se sintió lo suficientemente receptivo como para sentarse en la alfombra y cambiar la cinta de aparato, a un radiocassette que presidía el despacho de su padre. Lo dejó sobre la alfombra e introdujo la ya valiosa cinta. Dio al play. Y empezó a mirar el interior.

La música sonaba lejana, como se había grabado. Y con cierta distorsión. Pero seguía siendo la sesión electrónica de su amigo. La reconocía. Se tocaba las rodillas de emoción. No fijaba la vista más allá. Una música casi orgánica, que formaba bucles en su universo de ceros y unos se fue escapando de su prisión mecánica, en ondas expansivas hacia sus oídos. Repeticiones en la música y en sus movimientos expectantes. Necesitaba adelantarse a lo que iba a pasar y a la vez quedarse siempre escuchando lo mismo, al borde de la paranoia, del automatismo. Quería explotar a base de repeticiones, pero necesitaba que la música siguiera.

No podía entender que algo tan personal pudiera ser escuchado por muchas personas a la vez en un mismo bar.

Se tumbó en la alfombra y fijó su mirada en el techo mientras seguía sintiendo.

THE SHOW MUST GO ON

Es lo único que importa en esta vida.

Nunca te irás a casa con mal sabor de boca. Nunca. Y si aún así llegas a la cocina y paladeas cierto regusto a mierda, que sea porque has hecho cosas mal, pero nunca porque has dejado de hacerlas.

Bebe.
Drógate si hace falta.
Habla, habla con todo el mundo, relaciónate hasta que tu cabeza vaya a explotar y notes que el conocimiento universal está a la vuelta de la esquina.
Conoce a alguien con tu mismo nombre.
Baila.
Registra mentalmente todo lo que haces, las impresiones que causas y lo que notas dentro de ti.

Y mañana, después de tomarte un paracetamol, escríbelo todo.

QUIERO SER COMO DALÍ


Todos deberíamos ser como Dalí.



Todos deberíamos intentar ser un poco más superficiales, un poco más intransitables, ponernos una coraza estética que impresionara a los demás, que alegrara con variedad el mundo. Deberíamos decir lo que pensamos y lo que no pensamos con tal de que fuera transgresor. Desde luego, nos esforzaríamos más al hablar, y las conversaciones se llenarían de humor: negro o surrealista, nunca facilón.



Nuestro fondo debería ser nuestro castillo, frío, oscuro, difícil de encontrar e impenetrable....Impenetrable...Solo unas pocas personas podrían llegar a conocernos.



Laura paraba a la altura de estas palabras y se sonreía. "Impenetrable e?-pensaba-de ese modo, si yo también fuese Dalí, mi vagina estaría más abierta al gran público que mi verdadera personalidad".



Laura no sabía que ella ya cumplía el gran precepto de Dalí, y que efectivamente sus partes físicas eran más accesibles que las psíquicas, y que solo algunas personas la conocían cruelmente, casi con dolor.



La narradora, que también empezaba a intuirla, decidió ponerle un sobrenombre, casi riéndose de ella. Y desde ese día, Laura fue el personaje llamado "Ávida love".

viernes, 15 de mayo de 2009

AL ALBA

Mira cómo sale el lucero del alba
amor,
mira cómo asoma.

Mira cómo sale el lucero del alba
amor.

Debo marcharme

sin parar.

Sin poder detenerme a observarte,
a regocijarme,
a descansar.

Mira cómo sale el lucero del alba
amor,
mira cómo asoma.

Llevo años caminando
sin descanso, sin cesar.

Uniendo un amante con el siguiente
y deseando más.

No puedo liarme en unas sábanas
que no son las mías.

Debo seguir
un camino
que no quiero andar.

Mira cómo sale el lucero del alba
amor,
mira cómo asoma.

Ni siquiera la llegada de la noche
me calmará
amor.

Quizá tú ya no estés aquí,
y deba seguir caminando
pensando en el día feliz
en que ya podré descansar.

Sin importar qué lucero salga
Amor.

jueves, 14 de mayo de 2009

LA PUPILA

La pupila comenzó a dilatarse a través del poco espacio que les separaba.

Espectáculo y espectador. Situación y confidente. Secreto y voyeur.

El cine no da esos momentos de morbo tan drásticos. En el teatro todo es pacto. Aquí lo único que les unía era la rendija por la que miraba y por la que ellos, de haberlo sabido, habrían podido observar la pupila dilatante, amenazada por la sorpresa.

¿Qué es lo que realmente afectó a su anatomía ocular?¿La impresión lumínica tras el apagón o la escena sin continuidad que se presentaba ante ella? Como un cuadro, en el que nada se mueve, en el que todo está quieto para que ella pudiera grabarlo en la retina.

Y de repente, el movimiento. Una alerta corporal le avisó que la escena ya estaba grabada (Ctrl.+G) y podía desviar la mirada. Todo gracias al meneo de una pelusa enorme, que pendía del cielo, y que a pesar de su suavidad hizo que uno de los personajes rematara la escena. Lanzó el martillo contra un cuadro que resultó ser una colección de mariposas. Alfileres e insectos descuartizados esparcidos por la habitación. Liberados de su jaula de cristal y corcho, se mecían muertos.

Ella aprovechó el momento para escapar, ya había saciado su curiosidad, ya comprendía las cosas, ya tenía una imagen más para sus sueños de noche de tormenta.

miércoles, 13 de mayo de 2009

HARRISONGS



Clara había heredado algo de la familia de su padre. Aparte de su pelo rizado y la colocación de sus dientes, encontraba un rasgo afín con ellos. Sabía cuando iba a bajarse su moral hasta el infraterreno, sabía cuando su cuerpo iba a rechazar el ritmo para hundirse en un letargo de autolamentación. Y lo sabía por un síntoma ineludible.

Su padre, antes de entristecer, empezaba a ver la suciedad que le rodeaba. Tocaba los platos con asco, miraba las paredes con los ojos entornados, y preguntaba a todo el mundo por si ellos también lo percibían. En esos momentos, Clara empezaba a temblar, ante la hecatombe de ver a su padre desmoronarse. Algo peor que verse en la pobreza, algo casi peor que sentirse sola, algo peor que la hormonación propia de la regla, era ver a su padre llorar.

Clara vivía en la inmundicia desde que Rubén estaba en su vida, no tenía tiempo para molestarse en limpiar, así que siempre -triste, alegre, abúlica, divertida, aburrida...- lo veía todo sucio. Su cuerpo -su cerebro- se había adaptado de otra manera para que la depresión no llegara por sorpresa. Empezaba a escuchar canciones de George Harrison.

Llevaba tres días viendo vídeos del Beatle silencioso. Algunos de los momentos más importantes de su vida se correspondían con canciones, pero nunca de George Harrison. Sin embargo, ver su figura sílfica en la pantalla del ordenador le acercaba a épocas que no había conocido y que venían llenas de nostalgia.

Mientras sale del baño en toalla escucha “My sweet lord”. A la hora de estudiar tararea “I got my mind set on you” y mientras decide si salir o no este viernes terrorífico en el que no sabe si emborracharse, oye “All those years ago”, llorando por los amigos muertos que nunca tuvo.

martes, 12 de mayo de 2009

CONFIESO MI AMOR

Estoy enamorada de Juan José Millás. Sus mundos concéntricos, sus reflexiones a medio camino entre la metafísica y la reflexión infantil me subyugan, entretienen y distraen del letargo ápático en el que estaba cayendo de nuevo y que a la larga se convertiría en otra juerga salvaje de sábado por la noche.
Yo, que solo sé crear un personaje, un alter ego de la escritora de pacotilla que soy, me maravillo de que Millás aun no haya caído en la tentación idiota de convertirse a sí mismo en personaje, que mueva sus títeres poco caracterizados pero muy interiorizados por un mundo de ilusión e impresiones.
Su figura se enmarca salvajemente cuando aparece por la puerta del aula donde dará la conferencia. Las líneas- siempre rectas- que definen su silueta son decididas, como las de un dibujo para diseñar un traje de chaqueta ochentero. Son líneas trazadas después de 60 años de hambre, dudas, pérdida de ilusiones, amores frustrados...que le da a sí mismo la certeza de saber lo que es y lo que no es, y a los demás la esperanza de que el triunfo es posible.

lunes, 11 de mayo de 2009

LA MENTIRA DE PAPÁ


Ya estábamos acostumbradas a las mentiras de papá. Lejos de aburrirnos o avergonzarnos, aquellas engañifas hacían más emocionante nuestro día a día.

Por eso no aceptamos una verdad como respuesta cuando llegó a casa y dijo que en la ría había aparecido una hermosa y oronda foca, que estaba allí porque se había perdido y que no tenía pinta de marcharse. Rosa y yo nos reímos y le dijimos lo de siempre: “¡Anda ya papá!”

Eso no impidió que esa noche me durmiera imaginando una gran foca, de un tono verdoso, dando palmas a los paseantes, mientras estos le reían las gracias...

A la mañana siguiente me quedé en casa ayudando a mamá, pues mi hermana tenía recados que hacer. Nos resultó extraño su retraso, pero lo atribuimos a un encuentro fortuito con alguna de sus amigas. “Estará dando la parpayuela con alguien” sentenció mamá.

Su entrada fue estrepitosa. “Mamá, Lucía, vengo de la calle, me he encontrado a unas amigas y resulta ¡que la mentira de papá era verdad!”

Me asombré más de que papá hubiera dicho la verdad que del incidente de la foca, pero esa tarde, como la mayoría de los niños, fui a la ría. Allí estaba el animal, cerca del paseo, entrando y saliendo del agua, tan brillante, deleitando a su público.

La foca acabó por abandonarnos, supongo que por un lugar más grande y limpio. Pero los habitantes de la villa no quisieron, se resistieron a olvidarla. Desde entonces hay una estatua en el parque que representa una foquita, casi tan hermosa como la original. Y en su base el musgo se pega a la piel del mamífero, haciendo más realista mi sueño.

CADA MAÑANA



Cada mañana amanece, legañosa, odiando al mundo que la obliga a levantarse a las ocho. ¡Dios mío, qué horror! Sabía que la última cerveza del día anterior iba a ser mortal. En una asociación estúpida de ideas recuerda la canción de Fangoria “La mortal gelatina de limón”. Sonríe, pero reta al día y piensa que tendrá que pasar algo más divertido antes de llegar al trabajo para que su día sea perfecto.


Camina hacia su oficina, acelerando el paso, con la barbilla levantada, gesto orgulloso y felino, porque le gusta que el aire le dé en el cuello. Gira la esquina que da a la plaza que todo paseante ha de cruzar para llegar a cualquier parte de la ciudad. Y de repente ¡zas! como un relámpago, se cruza con el chico de la bicicleta, acciona sus tobillos con maestría y aún puede ver su cara, completamente volteada mirándola. Sonríe. Le da una tregua al día y promete ser feliz durante veinticuatro horas.


Nuevamente, Gala está en la cama, y vuelven a dar las ocho, se mete en la ducha. ¡Mierda! No ha puesto el café a calentar, esto vaticina un día horrible. Se viste corriendo y promete que intentará arreglar su día desayunando en una cafetería, que es lo que más le gusta en el mundo.
No es tonta aunque se engañe a sí misma, y decide tomarlo casualmente en la plaza por donde pasa todos los días, con sus rodillas mirando a la cristalera que da a la calle. Se eleva en la silla, estira hoy también el cuello, pero para ver mejor, comienza a estirarse…y se cae de la banqueta, con el café en la mano. No será un día amargo, porque toda esa operación era para ver al chico de la bici, que pasaba desorientado por la plaza.


Se disculpa a la mañana siguiente diciéndose a sí misma que nunca se volverá a esconder de él, que lo de las mañanas es sagrado y que si una rutina es tan buena, tan sana y le hace sentir tan bien, una mierda de café no la va a desviar de su camino matutino. Cuando se cruza con el chico de la bici sonríe con su boca llena de dientes, odiándose por dentro porque ha sido demasiado exagerada. Pasa toda la tarde recriminándose el gesto y pensando que tal vez esté loca, porque no es normal acordarse durante todo el día de alguien a quien no conoce.


Hoy se ha levantado recordando los reproches que se hacía a sí misma ayer y le ha costado meterse en la ducha. Al salir de entre el vapor, ha intentado pensar por dónde puede ir al trabajo para no cruzarse con el chico de la bici. ¡Mierda! No hay un rumbo alternativo, y ya es tarde. Se viste corriendo y sale a la calle. No estira el cuello, mira sus pies, aferrándose al mundo real, alejando de su cabeza ensoñaciones amorosas. El chico pasa, ella ve sus ruedas, se niega a mirar. Él insiste, dando un timbrazo en su oreja derecha.


Por la tarde no va a trabajar, está triste porque su vida es aburrida, y se sienta en la terraza de un bar a merendar mientras lee el periódico. Alguien se acerca. Suplica a dios, con el que rompió relaciones hace años aunque le siga invocando, que no sea una madre con sus hijos gritones. Duda de la omnipotencia de dios y va dejando el dinero en la bandeja. Los pasos se paran. Es un chico, que le suena. ¡Es él! Pero sin bicicleta, por eso no podía reconocerlo. Él, más avergonzado aún, le da una nota.-Gracias.-Nad… nada. Adiós.-Hasta mañana.


Gala se levanta y le mira alejarse. A lo mejor la rutina no está tan mal, depende de lo que ponga la nota.

viernes, 8 de mayo de 2009

EL OBJETIVO

Le encantaba posar para ella. Ponerse delante de la cámara, que alguien la eligiera para estar ante un objetivo era algo que halagaba, por supuesto, y además la petición de su amiga hacía que su ego creciese, hasta convertirse en esa pequeña diva que llevaba dentro. Durante unos segundos retomaba postura imposibles, miraba fijamente al objetivo y pensaba en lo grande que llegaría a ser algún día su existencia.

Su amiga sonreía ante sus histrionismos, la dejaba hacer, con la confianza de que, en un momento dado, bajaría la guardia y ella podría sacar a la verdadera Laura que llevaba dentro. Sabía que con ella la sesión debía ser así, doble, por un lado hollywoodiense y por otro a la expectativa del momento íntimo.

Laura no quería abrirse, por dos razones. La primera, porque siempre que lo había hecho la habían dejado tirada. La segunda, porque se odiaba.

jueves, 7 de mayo de 2009

DOLOR


Voy a probar a tocar la bombilla.

No, en serio, voy a tocarla.

Es puro interés científico.

De un tiempo a esta parte no noto el dolor.

De verdad, no lo noto.

Sobre todo en las manos.

No sé por qué.

Hace unos días descubrí que había sumergido el dedo en aceite hirviendo, y, lejos de dolerme, no lo aparté de la sartén hasta que noté burbujear la piel. En ese momento me asusté, como una respuesta casi racional a lo sucedido. Puse mi dedo debajo del agua fría y miré con rencor las empanadillas que estaba friendo. No sé si fueron imaginaciones mías, pero el aire empezó a oler diferente. Intento pensar en el dolor y no lo recuerdo, solo recuerdo que mientras cocinaba pensaba en mis problemas para llegar a final de mes.

El otro día me corté la yema de otro dedo transversalmente. Irónicamente diré que borré mi identidad mientras cortaba un tomate. Me pasó por no mirar, por posar mis ojos en el infinito del azulejo. Recuerdo aquel como un día muy cansado, muy ajetreado, en el que acabé cortándome el dedo a la hora de la cena.

La semana pasada me quemé otro dedo al plancharme el pelo. Estaba peinándome cuando de repente recordé algo que me turbó y solté la plancha. La recuperé en el aire, con la mala suerte que la agarré por el lado que plancha. Me quedé mirando el aparato anonadada, hasta que note el calor, y otra vez la piel burbujeando, reventando grados centígrados.

Ayer reparé en ellos, en que no he sentido dolor en ninguno de estos casos, solo un poco de susto al ver la sangre o las ampollas, la hinchazón tal vez es lo que más me asustó. Miré mis dedos. Están llenos de cortes. Tengo dos uñas rotas. Y haciendo una pequeña inspección corporal descubrí varias magulladuras y un diente roto.

Así que ahora voy a tocar la bombilla, la luz, a ver si realmente no siento dolor, y si no lo siento, quiero ver si soy capaz de resistir el instinto de supervivencia y así retirar la mano cuando yo desee.

Dicen que el dolor avisa del peligro, es una alarma del cuerpo para evitar la muerte.

Yo veo la muerte como la única salida, tal vez por eso no siento dolor.

Ya no siento dolor, así que, ¿qué puede pasar?

Allá voy.

miércoles, 6 de mayo de 2009

MIEDO A MÍ MISMA

Sorpréndeme con una palabra.

Sorpréndeme con una situación.

Sorpréndeme con una nueva aspiración.

Sorpréndeme con un nuevo plan...un nuevo grupo de música, una película genial de cine independiente, una llamada, un cuadro, un libro, un vídeo de youtube, una mala respuesta, un gesto, un concierto, una revista, una nueva droga de diseño ibicenca, un chico guapo, un paseo por la playa, una conferencia de Juan José Millás, una cerveza, el nombre de un nuevo artista multidisciplinar, una pregunta, una apuesta...

Pero no dejes que me aburra.

No dejes que mi alma vuelva a ese letargo que me hunde a finales de semana en una espiral cuyo centro es la lujuria y lo deshonroso.

martes, 5 de mayo de 2009

JUDITH



Entré en el cuarto de Clara, resuelto a decirle todo lo que pensaba de aquella noche, todo lo que había sentido y aún sentía, loco de rabia por haberme equivocado una vez más en mi relación aparentemente exitosa con las mujeres.

La encontré tirada en la cama, con las piernas desnudas sobre la pared y la cabeza colgando, mientras leía un libro de arte. Se giró y sonrió. El aire me traía humo y una canción inocentona de los carpenters.

Aún con la sonrisa en los labios me enseñó de lejos una fotografía del libro. Era un cuadro que representaba la muerte de Holofernes a manos de Judith.

-Y mira este otro, es la secuencia del ojo de un perro andaluz, pero fotograma a fotograma. Este libro es la hostia, también trae fragmentos de Justine, de Sade.

Se envolvió en el libro, segura de que mi presencia allí era habitual y no extraordinaria. Yo olvidé conscientemente la razón de mi visita, dispuesto una vez más a dejarme llevar por esa personalidad que mezclaba lo cruel con lo divino, la música clásica con la electrónica, lo inocente y lo perverso, la diversión nocturna con la limpieza psicoanalítica del espíritu.

Mi droga era ahora Clara, conocerla y buscar una rutina junto a ella era un reto.

TIJERAS



Sentía que todo perdía sentido, y el nudo en la garganta era tan grande como su bañera, estaba tan lleno de agua como su bañera.

Gala no entendía para qué había venido a este mundo, no lo entendía. Lo intentaba, no lo entendía.

¿Para qué estudiar una carrera? ¿Para qué tener una pareja? ¿Para qué portarse bien con la gente? ¿Para qué poner al mal tiempo buena cara? ¿Para qué estudiar idiomas? ¿Para qué ser tenaz, trabajadora? ¿Para qué quedar con los amigos? ¿Para qué ir al teatro, al cine, a la ópera, a un museo, a un concierto, a un recital de poesía, a un happening, a una manifestación?¿Para qué la cultura? ¿Para qué atesorar cosas?

Desde que era pequeña, siempre había hecho las cosas bien, lo había hecho con voluntad, todo: estudiar, leer, incluso gustar a los chicos.

Y la única resulta era la ignorancia total: ni las mejores notas, ni las mejores tertulias, ni los mejores trabajos (si tenía trabajo) y por supuesto, nada de amores.

Solo le quedaban los demás.

Los demás.

Los demás, esos que se apiadaban de ella, que comentaban lo perfecto que sería cuando en el futuro empezase a triunfar y un hombre perfecto llegase a su puerta. Esa gente que opinaba lo divertida y culta que era. Y se sostenía, porque alguno de los demás le importaban, incluso le importaban más que los desastres de su vida.

Y ahora que se encontraba sola, en el infierno de la impotencia, se metía en una bañera y empezaba a llorar, mientras cogía lo único afilado que tenía a mano, unas tijeras de uñas, las abría y se las clavaba deliberadamente en la muñeca izquierda, mientras gritaba de soledad, rabia, impotencia por el ser que se ha ido, que nunca supo de ella en toda su magnitud.

Gala era capaz de ver con lucidez y distancia la escena que estaba protagonizando, era capaz de discernir lo patético de su intento de suicidio, que se parecía más a una rabieta. Pero necesitaba una salida, y la única posible era ésa, quitarse la vida. ¿Por qué no probar? Nada dolería tanto como esa sensación de vacío lleno de angustias e imposibles.

Empezaba a marearse y a teñir el agua. Sumergió los brazos y se tranquilizó un poco. La única pena que tenía era no poder ver la cara de los demás cuando la encontraran.

Los demás.

lunes, 4 de mayo de 2009

LAURA O LA PERCEPCIÓN DE LAS COSAS

Mientras todas hablaban con la exaltación propia que dan los cotilleos, Laura comenzó a abstraerse. Sentada en aquel enorme macetero que hacía las veces de banco en la puerta de la vinoteca, empezó a doblar las piernas en posición fetal e imposible, mientras se llevaba la copa de vino a los labios. Ya era la segunda, con lo cual la felicidad y la melancolía se mezclaban.

Sin embrago, no era eso lo que sacó a Laura de su actitud amigable y social. Al fondo de su mirada, vio entrar en un portal al chico del que todos hablaban. Sus amigas le miraron, saludaron, y se dirigieron entre ellas una significativa mirada, pero Laura asistió a todo el proceso: sacó la llave nervioso, abrió la puerta con fingida naturalidad y no se molestó en cerrarla tras él, la dejó caer.

El sonido de la puerta al cerrarse activó en el cerebro de Laura movimientos rápidamente lentos. ¿Y si en realidad ese chico no estuviera medio loco? ¿Y si su problema no era una familia desestructurada, un padre irresponsable, un abuso compulsivo de las drogas? Creyó por un momento que su problema era la hipersensibilidad, la percepción excesiva de las cosas, los acontecimientos, la vida en su transcurso natural, con sus cosas buenas y malas, pero que, en su mente, resultaban difíciles de digerir y le llevaban a tener comportamientos violentos, iracundos, irracionales. Sintió pena por él, pero no la pena rodeada de asco que sentían los demás, sino una infinita, myultiplicada por el vino, y casi agradecida. Si el problema de ese chico era su hipersensibilidad, el mundo era un lugar mejor. Sonrió. Gracias a ese razonamiento, los pecados de Laura también quedaban disculpados, también eran causa de la hipersensibilidad. Sus lágrimas de los jueves eran en realidad su desahogo ante el dolor de vivir.

Intentó volver a la realidad de sus amigas, pero no pudo. El vino le daba dolor de cabeza.

CONEXIONES NEURONALES


Las conexiones matemáticas del universo a estudiar son complejas, ecuaciones con más de diez incógnitas, con solución solo algunas, que se estudian en diversas universidades, en la áreas de psicología, física, matemáticas, filología, medicina.


Son conexiones que recuerdan a redes de movimiento, sin necesidad de cabos atados, si bien, el estudio de esas conexiones varía de un momento a otro del tiempo.


Un universo de solo 24, insistimos, imperfectos y efímeros, por lo menos a los ojos de los parámetros que nosotros manejamos.


¿Existe un ser superior creador de este universo, que se escape de los factores fisiológicos? Solo dios y el tiempo solucionarán las dudas que los profesionales plantean.Mientras, yo me vuelvo loca y escribo,

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo

escribo...

domingo, 3 de mayo de 2009

PALACIO DE LA ALJAFERÍA, ZARAGOZA, ESPAÑA


(patio de un palacio árabe, con un jardín parecido a los de la Alhambra, pero rodeados de arcos polilobulados. Entran por la derecha un grupo de ancianos liderados por una guía turística cuyo gusto en el vestir resulta nulo: pantalones violetas a manchas, jersey gris, anorak granate y pañuelo naranja al cuello. El final del grupo lo forman dos chicas jóvenes, de 23 años. Una es Elsa, la otra Loreto. Mientras la guía habla, ellas, en susurros, se hacen con el centro de la escena)


ELSA- Corre, corre, ponte ahí debajo, que te hago una foto con los arcos polilobulados.


LORETO- ¡No nos va a dar tiempo!Mira que el grupo se va ya...(El grupo de ancianos con guía hortera comienza a hacer mutis por la puerta de la izquierda)


ELSA- ¡Que sí, coño! Tú ponte.(Elsa da la espalda al público con la cámara en la mano mientras Loreto corre al fondo de la escena, debajo de los arcos polilobulados, y posa)


LORETO- ¿Así? Joder, qué pelos. Es que el aire en esta ciudad...(Se toca el pelo mientras hace un mohín coqueto)


ELSA- Sí, el aire es horrible. ¡Hala! ¡Ya está!


LORETO- ¡Pero si me estaba peinando! ¡Mira qué cara!


ELSA- Sí, pero ¿Y los arcos? ¿No han quedado bonitos los arcos?


LORETO- Sí, pero corre, que nos perdemos de la ancianidad y su guía.


(Se van corriendo, casi brincando, y finalmente también ellas hacen mutis por la izquierda)

ARTRÓPODO MODUS


Sube por mi pierna doblada, como una abeja que se alza suavemente. Descubre mi vientre destapado, peludo de vello solo visible por la luz que agradece la ventana. Para mí es algo tenue, para el artrópodo imaginario es cegadora.
El humo que respiro y aspiro tiene alma animal de insecto. Busca comida en mis pulmones, sin preocuparse por el peligro de la incursión, porque se alimenta de mí pero también me marea.
Al girar la cabeza el insecto desaparece y empiezo a ver a Miguel, en el mismo proceso que yo, aunque tal vez él imagine una salamandra, pegajosa, indestructible, que sube también por su pierna flexionada para coronar las ascensión sacando la lengua desde la rodilla.
El techo me devuelve las sombras de humo. Imagino que ahí fuera sólo hay humo, que hemos cambiado de siglo, que somos obreros descontentos en plena industrialización decimonónica, los únicos que hemos reparado en la esclavitud a la que nos están sometiendo. Pero nunca acabarán con nuestro talento. Por eso estar aquí, en la habitación, sin hacer nada, es el mejor manifiesto y la mayor prueba de nuestra naturaleza bohemia. Fuera solo chimeneas, negras, todo negro y gris...
Vuelvo a la realidad y me siento peor aún. Al alzar la cabeza miro al insecto y advierto que ha cambiado de muda “Mierda, siempre me lo pierdo, ahora tendré que buscarlo en la wikipedia.” Es lo único malo de tener esqueleto externo, que para poder crecer tienes que deshacerte de tu viejo caparazón. Nosotros sin embargo tenemos una estructura permeable.
Vine aquí para evangelizar, para demostrar al mundo sus propias posibilidades, para moverme entre estas calles de la capital del arte. Pero me encontré con ellos. Eran indios pieles rojas completamente apóstatas, así que mi biblia naïf resbaló sobre sus corazones herejes, que sin embargo fueron capaces de ver el potencial que llevo dentro, así que me acogieron bajo su ala, me enseñaron el inmobilismo y me mostraron el mundo de los insectos, convencidos de la verdad de Kafka. Ahora veo a Gregorio Samsa por todos lados. A veces me siento mal por no aprovechar mi estancia aquí. Por no mandar las instancias necesarias para tener voluntad.