lunes, 29 de junio de 2009

MI ABUELO

Paseo por la calle, con el cuello encogido por el frío. Miro el cielo. Gris. Gris como mi infancia. Gris como la carpa de mi ciudad. Me mudé a Madrid fascinada por la posibilidad de un día azul en pleno invierno. Y desde entonces los días grises atacan más mi corazón, porque se suma una nostalgia hacia el pasado al que no quiero volver. Un dolor reflejo hace que recuerde los días felices de la infancia.

El día que llegué del colegio diciendo que mis profesores nos habían dicho que podíamos llevar a nuestros padres para que hablaran de su profesión noté un silencio escurridizo, que rompió mi abuelo:

-Iré yo, nena.
-¿Harías eso por mí, tatu?
-Claro, les hablaré de la mina.

El día de la presentación vi a través de la puerta cómo mi abuelo se arreglaba para ir conmigo a la escuela. Una punzada de dolor atacaba mi pecho por miedo a que algo saliera mal.

Todos los niños miraron a mi abuelo con curiosidad. ¡Era tan mayor!¿Es que acaso no tenían abuelo? Esa idea relajó la presión que me acompañaba.

Mi abuelo comenzó a hablar de cómo era la mina y de cómo vivía esa aventura un guaje de trece años, la misma edad que teníamos nosotros. Mis compañeros empezaron a abrir la boca, fascinados con aquellos recuerdos. Yo también la abría, asombrada con que ellos no hubieran crecido oyendo esas historias. Mi abuelo estaba consiguiendo lo que años después se intentaría en vano: convertir al minero en héroe, porque no tenía miedo ante lo que para él era un trabajo como otro cualquiera.

De repente, el viejecito se giró y cogió una tiza. Tenía un as en la manga. Comenzó a dibujar por toda la pizarra una galería de las que hay en la mina. Mi abuelo dibujaba muy bien y se estaba esmerando, mientras seguía hablando, describiendo cada detalle de su dibujo. En un último intento de ganarse al público, dibujó unos monigotes intencionadamente exagerados, y dijo:

-Y estos éramos nosotros.

Mientras mis compañeros reían entusiasmados, el dolor de mi pecho se disolvió hasta convertirse en un orgullo por mi abuelo que no conocía hasta ese momento.

Ahora, años después, sonrío por detrás de mi bufanda, y decido dejar de mirar el cielo, algo circunstancial, para mirar al frente, a mi futuro, a mis propios miedos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario