miércoles, 9 de septiembre de 2009

LIBRO DE FAMILIA

Acarició el libro. Volvió a posar sobre él su mano, derrotada. Aurelio González suspiró las penas que llevaba encima y apoyó los codos sobre la mesa, para que fuera más fácil sujetarse la cara con las manos. Había eliminado de su mente todas las expectativas de trabajar esa mañana, su profesionalidad no podía con aquello, así que se dejó llevar por unos recuerdos que pudieran explicarle el por qué de aquella resolución.

Por primera vez en todo el día decidió mirar frente a frente. “Libro de familia” rezaba la portada. Justo lo que ya no tenía. “Libro de familia”. Aún no tenía fuerzas para abrirlo, ni para ir al juzgado. Siguió tirado en su butacón, en posición de colegial a primera hora de la mañana. Pensó en lo fácil que era ser niño, deseaba volver a esa época límbica en la que se es feliz o no, pero en la que nada importa, solo las necesidades primarias. Sin embargo de su niñez solo recordaba la voz de su abuelo, atronadora: “Aurelio será militar”, mientras él, niño, jugaba, consciente sólo de haber oído su nombre. “Será militar”

La juventud también era aceptable, a pesar de que ya había alguna responsabilidad más. Comenzaban las juergas nocturnas y la exploración del mundo femenino. A pesar de tener más responsabilidades, si conseguías estudiar un poco y no te metías en demasiados problemas te dejaban libertad suficiente para hacer lo que te diera la gana. Recordaba los primeros guateques en casa de amigos, fumando porros, oyendo música satánica. Y las chicas, ese universo inexplotable, las chicas. Se consideraba lo suficientemente feo como para no atreverse a iniciar una carrera amorosa. Lo suficientemente tímido como para mantenerse quieto sin necesidad de que ese tema le atosigara. Y por detrás la voz de su abuelo, “será militar”, mientras él estudiaba para que le dejasen en paz.

Aurelio volvió a mirar al frente, a la estancia vacía que constituía su despacho. A las nueve llegaría su jefe, tal vez a las diez, o a las once, depende de lo que tuviera en la agenda. Su agenda era él, realmente. Pero hoy no le apetecía recordar cosas tangibles, físicas, reales.

“No es fácil ser edecán –pensó- no es nada fácil. Reuniones, protocolo, vuelos, asistentes a congresos, seguridad, relaciones entre las distintas fuerzas... no es nada fácil, a pesar de la imagen que el cargo puede dar. No es nada agradecido aparecer al lado de un jefe que luce orgulloso medallas al mérito militar mientras yo tengo que sujetar una agenda negra, fea, llena de papeles”. Sin embargo, de tanto estudiar, Aurelio ya se había acostumbrado a los papeles.

Papeles de inscripción, apuntes, folios, todo eso se le cayó a Bernarda el día que chocaron por la calle. Ella venía de sus clases de filosofía y letras, él iba de uniforme. Ya la conocía, había sido novia de un amigo de la pandilla, pero decidió dejarla en cuanto ella le propuso cierta fidelidad en la relación. No acostarse con nadie más... Eso era lo que Aurelio necesitaba de una mujer, que no se acostase con nadie más, así que decidió ir a verla un día para tomar un café.

Mientras Bernarda desgranaba lamentos sobre su ex-novio, Aurelio iba ganando confianza y perdiendo la entereza. No entendía cómo hasta ese momento había podido resistirse al mundo femenino. Todo le fascinaba: las uñas de Bernarda, perfectamente recortadas y con solo un poco de esmalte transparente, sus labios, sus medias... ¿dónde acabarían esas medias? Así que tras los lamentos y las consolaciones, Aurelio y Bernarda pasaron a ser novios formales, justo el día en que enterraron al abuelo de Aurelio. Ella admiraba la delicadeza y paciencia de él, él el hecho de que ella se hubiese presentado al funeral.

Ser edecán había sido una cosa admirable en otro tiempo. De hecho, su etimología es francesa, cosa que enorgullecía a Aurelio. La palabra proviene del francés aide-de-camp, ayudante de campo. Miró el libro con desdén y sintió ganas de escribirlo en la portada: “Libro de familia de un aide-de-camp”. Rechazó la idea por miedo a que el libreto –a cualquier cosa llaman libro, pensó, esto es solo un documento con grapas- se abriera por la última hoja escrita.

Al principio, se vestía escondiéndose del espejo para luego sorprenderlo, con la ropa ya puesta, ante él. Observaba su reflejo con seriedad, y se decía que el uniforme era lo que más le gustaba de su carrera militar, aquella que había estudiado con hastío, para que le dejaran en paz. Así salía a la calle, con la barbilla bien alta, gustando gustar a las mujeres, deseando encontrarse con Bernarda. Llegaba a su puesto de trabajo y comenzaba a trabajar. Cuando le designaron edecán, pensó en lo bonito del nombre, a pesar de que luego se hubiera devaluado tanto, hasta el punto de que ser un edecán era ser, para los demás, un simple ayudante. Para los que gustan de reírse de los demás, su puesto significaba algo peor: ser un pelotero, un lame-culos. “Sí, claro. Como que es tan sencillo llevar la agenda y los actos a un militar, a alguien como mi jefe, tan ocupado y a la vez un verdadero olvidadizo” Sin embargo era un hecho, no era más que un edecán, un ayudante. Se imaginó, como siempre que reflexionaba sobre ello, que tal vez en otra época su puesto fuera más trepidante, acompañando al coronel a los puntos clave de la batalla, dándole coordenadas, opinando con sentido, siendo confidente, cortando cabezas a los franceses en la guerra de independencia. No le gustaba ir más allá en el tiempo porque consideraba que los siglos anteriores al XIX carecían de higiene, y eso le daba cierta repulsión.

Pero lo que más le gustaba de ser edecán era la cara de su madre, y sobre todo, la de Bernarda, que henchía el pequeño busto al ver a su novio de militar. Tras cinco años de hacerse el serio delante de Bernarda para que ésta hinchara su pecho de orgullo, decidió casarse y después, tener hijos. No permitió a su mujer trabajar a pesar de que estaba muy orgulloso de que fuera licenciada en filosofía y letras, lo que hacía que en las reuniones sociales su esposa resaltara por su barniz cultural. Su casa estaba llena de libros y a veces iban al teatro. Pero a la vuelta de la librería o del teatro, Bernarda en casa.

“¿Qué trabajo podía ejercer mi mujer?” se preguntó la aciaga mañana “Tal vez de profesora, o de secretaria” No, no, su mujer de secretaria, nanay. No sabía lo que le hacía recelar de ese puesto pero de secretaria, no. Él no era celoso pero... no. Quién sabe qué le esperaba a Bernarda más allá de la casa y la librería, y el teatro. Y de los niños, Aurelio y Bernarda, como ellos. Al edecán del jefe militar le daba pereza pensar ahora en sus hijos, a pesar de que su futuro estaba en entredicho ahora que... en fin. “¿Por qué no trabajó nunca de secretaria Bernarda?” Tal vez era un puesto demasiado parecido al suyo. Miró hacia otro lado en su despacho.

Bernarda era...dulce, candorosa, tal vez algo exigente como madre, pero es que las tareas del hogar la tenían demasiado ocupada como para andarse con tonterías. Era inocente, de eso estaba seguro Aurelio. Sonrió.

Por todo eso fue tan dura la sorpresa de esta mañana. Al levantarse, se encontró a su mujer con Bernardita en brazos. El desayuno ya estaba puesto y los niños vestidos. Solo la madre parecía algo diferente. Aurelio se sentó y la miró al notar que ella seguía inmóvil. De repente oyó:

-Quiero el divorcio.
-¿Perdón?
-Quiero el divorcio, Aurelio.
- Pero,¿por qué?
-Porque sí.
-¿Pero tú estás segura, mujer? ¿Estás nerviosa por algo?
-No.

Ella se levantó y comenzó a mesar los cabellos rizados del pequeño Aurelio, mientras el padre intentaba reaccionar.

-Toma -le alargó el libro de familia, el mismo que ahora estrujaba entre sus manos- vas al juzgado y te enteras cómo hay que hacer para divorciarse de común acuerdo, y ver si aquí –señalo el documento como prueba irrefutable- hay que cambiar algo.

Acto seguido se giró, y con toda la energía que existía en la casa –se la había robado a Aurelio- comenzó a recoger la mesa.

El edecán, lame-culos y servicial, se levantó de su butaca, bordeó su bureau, y mirando el reloj recordó que su jefe no vendría hasta las once, así que decidió ir hasta el juzgado para que le explicaran cómo cambiar en su libro de familia el estado “casado” por el de “divorciado”.

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