lunes, 11 de mayo de 2009

LA MENTIRA DE PAPÁ


Ya estábamos acostumbradas a las mentiras de papá. Lejos de aburrirnos o avergonzarnos, aquellas engañifas hacían más emocionante nuestro día a día.

Por eso no aceptamos una verdad como respuesta cuando llegó a casa y dijo que en la ría había aparecido una hermosa y oronda foca, que estaba allí porque se había perdido y que no tenía pinta de marcharse. Rosa y yo nos reímos y le dijimos lo de siempre: “¡Anda ya papá!”

Eso no impidió que esa noche me durmiera imaginando una gran foca, de un tono verdoso, dando palmas a los paseantes, mientras estos le reían las gracias...

A la mañana siguiente me quedé en casa ayudando a mamá, pues mi hermana tenía recados que hacer. Nos resultó extraño su retraso, pero lo atribuimos a un encuentro fortuito con alguna de sus amigas. “Estará dando la parpayuela con alguien” sentenció mamá.

Su entrada fue estrepitosa. “Mamá, Lucía, vengo de la calle, me he encontrado a unas amigas y resulta ¡que la mentira de papá era verdad!”

Me asombré más de que papá hubiera dicho la verdad que del incidente de la foca, pero esa tarde, como la mayoría de los niños, fui a la ría. Allí estaba el animal, cerca del paseo, entrando y saliendo del agua, tan brillante, deleitando a su público.

La foca acabó por abandonarnos, supongo que por un lugar más grande y limpio. Pero los habitantes de la villa no quisieron, se resistieron a olvidarla. Desde entonces hay una estatua en el parque que representa una foquita, casi tan hermosa como la original. Y en su base el musgo se pega a la piel del mamífero, haciendo más realista mi sueño.

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