lunes, 11 de mayo de 2009

CADA MAÑANA



Cada mañana amanece, legañosa, odiando al mundo que la obliga a levantarse a las ocho. ¡Dios mío, qué horror! Sabía que la última cerveza del día anterior iba a ser mortal. En una asociación estúpida de ideas recuerda la canción de Fangoria “La mortal gelatina de limón”. Sonríe, pero reta al día y piensa que tendrá que pasar algo más divertido antes de llegar al trabajo para que su día sea perfecto.


Camina hacia su oficina, acelerando el paso, con la barbilla levantada, gesto orgulloso y felino, porque le gusta que el aire le dé en el cuello. Gira la esquina que da a la plaza que todo paseante ha de cruzar para llegar a cualquier parte de la ciudad. Y de repente ¡zas! como un relámpago, se cruza con el chico de la bicicleta, acciona sus tobillos con maestría y aún puede ver su cara, completamente volteada mirándola. Sonríe. Le da una tregua al día y promete ser feliz durante veinticuatro horas.


Nuevamente, Gala está en la cama, y vuelven a dar las ocho, se mete en la ducha. ¡Mierda! No ha puesto el café a calentar, esto vaticina un día horrible. Se viste corriendo y promete que intentará arreglar su día desayunando en una cafetería, que es lo que más le gusta en el mundo.
No es tonta aunque se engañe a sí misma, y decide tomarlo casualmente en la plaza por donde pasa todos los días, con sus rodillas mirando a la cristalera que da a la calle. Se eleva en la silla, estira hoy también el cuello, pero para ver mejor, comienza a estirarse…y se cae de la banqueta, con el café en la mano. No será un día amargo, porque toda esa operación era para ver al chico de la bici, que pasaba desorientado por la plaza.


Se disculpa a la mañana siguiente diciéndose a sí misma que nunca se volverá a esconder de él, que lo de las mañanas es sagrado y que si una rutina es tan buena, tan sana y le hace sentir tan bien, una mierda de café no la va a desviar de su camino matutino. Cuando se cruza con el chico de la bici sonríe con su boca llena de dientes, odiándose por dentro porque ha sido demasiado exagerada. Pasa toda la tarde recriminándose el gesto y pensando que tal vez esté loca, porque no es normal acordarse durante todo el día de alguien a quien no conoce.


Hoy se ha levantado recordando los reproches que se hacía a sí misma ayer y le ha costado meterse en la ducha. Al salir de entre el vapor, ha intentado pensar por dónde puede ir al trabajo para no cruzarse con el chico de la bici. ¡Mierda! No hay un rumbo alternativo, y ya es tarde. Se viste corriendo y sale a la calle. No estira el cuello, mira sus pies, aferrándose al mundo real, alejando de su cabeza ensoñaciones amorosas. El chico pasa, ella ve sus ruedas, se niega a mirar. Él insiste, dando un timbrazo en su oreja derecha.


Por la tarde no va a trabajar, está triste porque su vida es aburrida, y se sienta en la terraza de un bar a merendar mientras lee el periódico. Alguien se acerca. Suplica a dios, con el que rompió relaciones hace años aunque le siga invocando, que no sea una madre con sus hijos gritones. Duda de la omnipotencia de dios y va dejando el dinero en la bandeja. Los pasos se paran. Es un chico, que le suena. ¡Es él! Pero sin bicicleta, por eso no podía reconocerlo. Él, más avergonzado aún, le da una nota.-Gracias.-Nad… nada. Adiós.-Hasta mañana.


Gala se levanta y le mira alejarse. A lo mejor la rutina no está tan mal, depende de lo que ponga la nota.

1 comentario:

  1. seguro que la nota es maravillosa!!!! en mi cabeza lo es :D me encanta el texto!

    ResponderEliminar